AMALGAMA : Destruir el arte

AMALGAMA : Destruir el arte

Destruir el arte

Las obras de arte tienen un valor importante en diferentes niveles: estético, cultural, patrimonial, sentimental, económico, político y un largo etcétera; por todas esas razones se busca su preservación, pero, al mismo tiempo, por estos mismos motivos son blanco de saqueos o vandalismo. Un ejemplo de esto es lo que ocurre con los grandes museos que están llenos del patrimonio histórico y cultural que, en momentos de colonización o de guerra, arrebataron;  y que aunque muchas naciones hoy reclaman la restitución de estos bienes, siempre hay un motivo para no regresarlos, por lo menos estas importantes piezas están resguardadas y accesibles a un público.

Pero no siempre es así, en ocasiones no se busca la preservación del arte (aunque haya sido saqueado) sino la destrucción del mismo. Durante las guerras mundiales gran parte del patrimonio arquitectónico de Europa fue reducido a escombros, a esto hay que sumar la cantidad de libros que fueron quemados y las pinturas y esculturas que fueron robadas o eliminadas. En este siglo ya hemos vivido situaciones similares, el estado islámico se encargó de destruir grandes monumentos históricos con el fin de borrar la herencia cultural de algunos pueblos; por ejemplo, en 2015 destruyeron la ciudad de Hatra, que era considerada patrimonio mundial por la UNESCO y, actualmente, aunque se han destinado millones para la protección de emergencia del patrimonio cultural de Ucrania, debido a la invasión que está sufriendo este país, ya se ha perdido bastante como el Museo de Historia Local e Histórica de Ivankiv, que fue incendiado junto con todo su acervo, destacando la obra  de  María Prymachenko, una de las artistas más importantes de Ucrania

No conforme con estas pérdidas a gran escala, también se han dado actos de vandalismo más focalizados. “La ronda de noche” de Rembrandt ha sido apuñalada en dos ocasiones diferentes y en 1990 le arrojaron ácido. “La piedad” y el “David” de Miguel Ángel también han sido dañadas. Otras obras fueron lastimadas con el fin de hacer una protesta, una sufragista acuchilló en 1914 “La venus del espejo” y un activista contra la guerra de Vietnam hizo un grafiti sobre el “Guernica” de Picasso. Sin ir más lejos, en 1999, los murales de Siqueiros de la UNAM fueron alterados durante la huelga de estudiantes y, 10 años después, en protesta por el acoso y violencia sexual dentro de la institución. Y en mayo de este año, alguien lanzó un pastel sobre la Mona Lisa y, hace poco, llenaron de sopa los girasoles de Van Gogh.

Hoy, las obras de arte están aseguradas por grandes sumas de dinero y protegidas por vidrios blindados, las últimas acciones no las han dañado porque quienes las ejecutan saben de antemano que no les pasará nada a las piezas, su único objetivo con este “vandalismo” coreografiado es la viralidad. Estos actos en realidad terminan por dañar las acciones de activistas comprometidos que arriesgan su integridad en espacios muy alejados de la tranquilidad y seguridad de los museos.

También hay quienes destruyen arte por otros motivos; un coleccionista privado le prendió fuego a una obra de Frida Kahlo con el pretexto de haberla convertido en 10,000 NFT´s. En el mismo tenor, el artista británico Damien Hirst incineró varias de sus piezas que previamente fueron digitalizadas y convertidas en NFT´s

Las intenciones de las personas que hacen “activismo” controlado para hacer notar los problemas que vivimos en este mundo globalizado, o las intenciones comerciales de artistas y galeristas para validar el arte no fungible, ¿son razón suficiente para dañar el patrimonio? Hay que recordar que la señora Cecilia Giménez también tenía “buenas intenciones” al tratar de restaurar el “Ecce Homo” de Borja y lo único que consiguió fue convertirse en un meme.

Además, la creación artística también es un medio de protesta, ejemplo de esto nos lo dio recientemente el colectivo de arte indonesio Taring Padi con su mural titulado «People’s Justice» (Justicia del Pueblo), que generó mucha polémica en la edición número 15 de la Documenta.

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